Vivió un siglo y sabe de lo que habla: una oncóloga nombró 2 productos que ella ha evitado toda su vida

Trabaja en una consulta oncológica de Moscú una mujer que ha rozado el siglo de vida, y continúa atendiendo pacientes con pleno vigor. Esta longeva profesional no solo ha diagnosticado infinidad de casos de cáncer, sino que también comparte su simple —pero poderoso— secreto: evitar un par de productos cotidianos.

Una infancia marcada por la escasez

Nacida en 1924 (o según algunas fuentes, en 1925) en la región de Smolensk, su niñez estuvo marcada por el hambre. Su familia, de origen humilde, sobrevivía con lo que hubiese: desde cáscaras de papa hasta hierbas silvestres. La guerra intensificó estas privaciones.

Como joven enfermera en la evacuación, observó con preocupación que quienes consumían principalmente pan blanco, azúcar y conservas enfermaban de cáncer con mayor rapidez que quienes se alimentaban con comida sencilla del campo.

Un seguimiento minucioso que reveló patrones

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Al formarse como médica y atender pacientes, comenzó a registrar no solo síntomas clínicos, sino también hábitos alimentarios de cada uno. Descubrió una relación evidente: el cáncer aparecía con mayor frecuencia en personas con dietas cargadas de ciertos productos.

Dos categorías destacaban con claridad: el azúcar refinado y los embutidos industriales.

El azúcar: combustible silencioso de las células malignas

A partir de mediados del siglo XX, el azúcar se popularizó masivamente: dulces, golosinas y productos azucarados se volvieron comunes. Paralelamente, ella observó un incremento en los casos de cáncer en personas jóvenes con dietas altas en azúcar. Científicamente se sabe que las células cancerosas consumen glucosa a un ritmo mucho mayor que las células sanas, y el consumo excesivo de azúcar también favorece la inflamación.

Por decisión personal, eliminó completamente el azúcar refinado de su dieta. Con el tiempo, redescribió su percepción del sabor: la dulzura natural de las frutas como bayas, manzanas o zanahorias le resultaba más que suficiente.

Embutidos: apariencia atractiva con contenido cuestionable

Los embutidos, como salchichas, fiambres y conservas, se convirtieron en un símbolo de progreso. Sin embargo, la oncóloga observó que quienes los consumían con frecuencia presentaban mayores riesgos de cáncer digestivo, como cáncer de estómago o colon. Sostiene que estos productos contienen nitritos, fosfatos, colorantes y otros aditivos, que durante la digestión pueden generar sustancias cancerígenas.

Ella calificó esos productos como “veneno conveniente”: fáciles de consumir, pero con potencial dañino. Por eso optaba por alimentos simples: carne hervida, pescado, verduras frescas.

Su estilo de vida como fórmula de longevidad

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Régimen diario equilibrado
Su día comenzaba con agua tibia con limón y una cucharadita de aceite de linaza. El desayuno consistía en avena con bayas o requesón, el almuerzo en sopa y carne sencilla con vegetales, y la cena era ligera: ensalada o pescado. Nunca comía después de las seis de la tarde. Según ella, “el estómago necesita descanso”

Movimiento constante
Incluso cerca de los cien años, caminaba unos 2,5 kilómetros al día hasta su trabajo. No necesitaba un gimnasio: caminaba como parte de su rutina cotidiana. Para ella, el movimiento era “el mejor medicamento”.

Tranquilidad emocional

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Atravesó la guerra, vivió pérdidas, enfrentó desafíos. Sin embargo, mantenía la calma. Creía firmemente que preocuparse por lo que no se puede cambiar es una pérdida de energía; en cambio, lo que se puede cambiar, debe hacerse con serenidad.

Sueño reparador y rutina
Se despertaba a las seis de la mañana, hacía ejercicio, trabajaba, caminaba y se dormía a las diez. “Al cuerpo le gusta la predictibilidad”, decía. Además, consideraba que un sueño de calidad era más poderoso que cualquier medicamento.

Su mensaje es claro: “Deseo vivir mucho más que una vida larga”; su secreto no está en fórmulas exóticas, sino en descartar lo dañino, como el azúcar refinado y los productos procesados, para prevenir enfermedades

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