Muchos quizás solo lo recuerden como una de las escenas más icónicas de las películas de Indiana Jones (en concreto, El Templo Maldito), pero en realidad es una costumbre en algunos países de Asia y África. ¿De qué estamos hablando? Los cerebros de mono, que se pueden comer hervidos, horneados e incluso crudos, son un alimento muy peligroso, ya que pueden transmitir encefalopatías mortales, incluida la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Siendo justos, cabe destacar que, si bien existen numerosas fuentes históricas de esta práctica que datan de varios siglos atrás, hay menos evidencia de que se siga utilizando para prepararla y servirla en la actualidad, también porque en muchos países se ha vuelto ilegal (por ejemplo, en China). Y, afortunadamente, no existen fotos actualizadas.
12. Fesik (Egipto)
Los alimentos fermentados son muy comunes en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, si bien existen ejemplos destacados, hay uno que es particularmente peligroso: el fesik, un plato tradicional egipcio a base de pescado preparado con la pulpa fermentada, salada y seca del mújol gris, que se consume con motivo del Festival de Primavera de Shem-el-Nesin. El proceso de elaboración de este producto es complejo e incluye primero una fase de secado al sol, luego un tratamiento de fermentación con sal que dura hasta 10 días y, finalmente, la conservación en salmuera. Las autoridades sanitarias advierten a los consumidores que si el pescado no se fermenta correctamente y, sobre todo, no se limpia cuidadosamente una vez extraído de la salmuera, corre el riesgo de contener bacterias que, al ingerirse, pueden causar intoxicación alimentaria.
13. Hákarl (Islandia)
Es uno de los alimentos fermentados más repugnantes y olorosos del mundo, pero la razón de su insoportable sabor y olor es precisamente protegerlo de una posible intoxicación. El hákarl es una especialidad islandesa, una preparación muy especial reservada solo para estómagos fuertes y narices de acero: se trata de carne de tiburón podrida, enterrada durante seis meses hasta que alcanza el estado perfecto de descomposición; es decir, debe ser elástica, estar podrida y oler a amoníaco, tan fuerte que ni siquiera muchos islandeses se han atrevido a probarla. Hay una razón muy concreta, de hecho, por la que la carne de tiburón se somete a este tratamiento: no se puede comer fresca porque es tóxica, ya que el tiburón excreta la orina directamente por su cuerpo (básicamente sudándola), por lo que la carne queda impregnada de ácido úrico, que sólo puede eliminarse mediante un proceso de fermentación.