1 cucharadita de esencia de vainilla (opcional)
Preparación
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Colocá la leche en una cacerola junto con la rama de canela y la piel de limón o naranja. Llevá a fuego medio hasta que casi llegue al punto de hervor. Retirá del fuego, tapá y deja reposar 5 minutos para que los sabores se concentren.
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En un bol aparte, batí las yemas con 60 g de azúcar hasta lograr una mezcla pálida y cremosa. Este paso es importante para que la crema quede suave y sin sabor a huevo.

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Agregá la fécula de maíz a la mezcla de yemas y batí bien hasta que no queden grumos.
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Colá la leche infusionada para retirar la canela y la cáscara de cítrico. Incorporala poco a poco a la mezcla de yemas, batiendo continuamente para que no se corte.
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Volvé a llevar la mezcla a la cacerola y cociná a fuego bajo, revolviendo sin parar con cuchara de madera o batidor de mano, hasta que espese. Este proceso lleva unos 7 a 8 minutos. Es fundamental no dejar que hierva, ya que podría cortarse.
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Retirará del fuego, agregará la esencia de vainilla si lo desea y repartirá la crema en cazuelitas o recipientes individuales.
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Dejá enfriar primero a temperatura ambiente y luego llevá a la heladera por al menos 15 minutos.
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Justo antes de servir, espolvoreá el azúcar restante sobre cada porción y caramelizá con un soplete de cocina o bajo el grill del horno hasta que se forme una costra dorada y crocante.

Consejos
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Si no tenés sopleto, podés usar el horno bien fuerte con la función grill, pero vigilá de cerca porque el azúcar se quema rápido.
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Para una crema más aromática, podés reemplazar el limón por naranja o incluso usar ambas cáscaras en pequeñas cantidades.
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Lo ideal es preparar la crema el mismo día en que se va a consumir, pero podés conservarla en la heladera hasta 2 días cubierta con film. Recordá caramelizar justo antes de servir para mantener la costra crocante.

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Si desea una versión más ligera, puede usar leche parcialmente descremada, aunque la textura quedará un poco menos cremosa.
La receta rinde 4 porciones generosas de crema catalana.
Cada bocado es una combinación perfecta de suavidad y crocantez, un postre clásico que nunca pasa de moda y que siempre sorprende a los invitados.
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